Cambalache y sindéresis

Publicado originalmente en La Patria (Colombia) el 9 de Junio de 2023.

“Que el mundo fue y será una porquería” nos lo ha dicho, con diferentes voces, Enrique Santos Discépolo desde 1934. Rara vez escapamos, como colombianos, a nuestro escándalo de cada día. Son tantos y con tanta frecuencia que sin haber alcanzado a entender bien lo que sucedió, porqué, quiénes están involucrados y cuáles serán sus implicaciones, un nuevo escándalo aparece opacando el que no hemos terminado de discernir. Así, presenciando un carrusel frenético de corrupción, traiciones y violencia, unos ciudadanos toman el camino de la indignación que pronto le abre paso a la ira y al extremismo. Para ellos, la política no es otra cosa que un campo de batalla en el que el enemigo no es un enemigo relativo sino absoluto. Alguien con quien no vale la pena llegar a ningún acuerdo y, por lo tanto, con quien no se puede convivir.

Con ello, abonan el terreno para una reacción demagógica y despótica que acabaría derrumbando las instituciones del Estado de Derecho y sofocando con tal intensidad las libertades civiles y políticas que, la democracia de mala calidad que hemos tenido empezaría a ser vista con nostalgia. A ese derrumbamiento contribuye sin duda, la paranoia gubernamental, su visión permanentemente conspirativa de la política. Por supuesto que existen quienes hablan de “defenestrar” al presidente y sueñan con ser los Rambos de alguna aventura golpista. Claro que la Fiscalía General de la Nación está en manos de un activista megalómano cuyo único mérito es haber sido amigo del no menos mediocre expresidente Duque. Pero de ahí a ver en cada crítica o en cada mecanismo de control institucional un atentado contra el mandato del pueblo no solo ignora la variedad de motivos que tuvieron los votantes que marcaron a Petro en el tarjetón (siendo uno de ellos el espanto de imaginar al atarván Hernández en el Palacio de Nariño), sino también el hecho de que en una democracia liberal (aún en las endebles como la nuestra), los pesos y contra pesos son garantías en contra de las arbitrariedades. Una arbitrariedad no deja de serlo porque sus motivos sean -o pretendan ser- altruistas.

Las crisis políticas del actual gobierno han sido causadas por él mismo. Revistas mediocres gobernadas no por la ética periodística sino por intereses creados que ni siquiera tratan de disimular, lo que hacen es, para decirlo en colombiano vernáculo, aprovechar los papayasos que dan los funcionarios. Se equivoca Francia Márquez al culpar a la oposición. Esta no es responsable de entrampar al gobierno sino de carecer de liderazgo, de visión y de proyecto aparte de vomitar una palabrería “anti-mamerta” y una retórica incendiaria. Tan mal está la derecha en Colombia que busca a su líder en El Salvador. También se equivocan quienes pretender lavar los errores y horrores del actual gobierno con los errores y horrores de los anteriores. Como bien decía Nicolás Gómez Dávila: “El hombre prefiere disculparse con la culpa ajena que con inocencia propia”.

Otros ciudadanos optan por la apatía y buscan refugiarse en sus asuntos privados: la familia, el consumo, los negocios, el hedonismo o, como en el caso de la mayoría, la lucha cotidiana por la mera supervivencia en medio de la informalidad y la falta de opciones. La política es para ellos un lodazal de intrigas y perfidia del que es mejor alejarse, excepto si existe la oportunidad de algún intercambio particularista favorable. Ni la política como campo de batalla ni como lodazal son enfoques promisorios. Necesitamos, aun en medio del cambalache en que vivimos, recuperar la política como escenario para discutir con serenidad y actuar con prudencia.

Mauricio Uribe López es profesor titular de Ciencia Política de EAFIT. Fue profesor de la Universidad de los Andes en Bogotá e Investigador Asociado del Informe Nacional de Desarrollo Humano de Naciones Unidas para Colombia y Oficial de Programa del PNUD (2002-2004).

Imagen: «Fighting clowns», de Joel Coplin.

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