La anatomía de la protesta en Israel

A partir de que la actual coalición asumiera el poder a fines de diciembre de 2022, las calles de Tel Aviv presenciaron el comienzo de la mayor ola de manifestaciones en la historia del país. Los manifestantes se oponen  a la propuesta de la reforma judicial del gobierno nacionalista y religioso encabezado por Benjamín Netanyahu cuyo objetivo es dar a la mayoría gubernamental un papel dominante en la elección de nuevos  jueces, permitir al Parlamento anular los fallos de la Corte Suprema a través de una mayoría simple, y eximir algunas leyes de la revisión judicial. Según el gobierno, el objetivo de la reforma es limitar los poderes excesivos de los tribunales. Según los críticos, su propósito real es debilitar el sistema de equilibrios y controles y así convertir al sistema en una democracia de bajísima calidad, ya que en Israel no hay constitución, existe solo una cámara parlamentaria y la separación de poderes seria altamente reducida y el país no es federal.

En la semana 23 desde el comienzo de la protesta civil en Israel, es difícil evaluar claramente en qué medida este movimiento produce resultados concretos en el proceso del cambio de régimen propuesto por la coalición gubernamental. Se puede, sin embargo, establecer que se ha despertado el ethos civil en defensa del contrato social entre el estado y los ciudadanos. La sociedad israelí ha dado un paso dramático.  Entiende hoy, más que nunca, que la democracia no es un paradigma obvio, sino que su fragilidad requiere guardianes y participantes activos. Los jóvenes y mayores que salen a la calle día a día, tanto a acciones espontaneas como a organizadas, son conscientes que solo en sus manos esta la posibilidad de cambiar el rumbo propuesto por quienes se consideran los dueños de poder.   

En un país de 10.000.000 de habitantes, la presencia, los sábados a la noche, de más de 300.000 personas distribuidas en 150 focos a lo largo y ancho del país, hace ya seis meses consecutivos pone de manifiesto, entre otras cosas, el carácter multifacético del movimiento. Recoge en sus filas organizaciones dispuestas a reclamar los derechos civiles desde diferentes perspectivas. Si el comienzo de la protesta se caracterizaba por lo que aparentaba ser un grupo de gente unido por un mismo mensaje, i.e. no permitir avanzar la revolución judicial, a medida que fue avanzando la protesta abrió el espacio a la representación de diversidad y matices. Esta tendencia, sin embargo, no solo que no afecta la base común, sino que pareciera fortalecer aún más el llamado, bajo el paraguas de «Las Banderas Negras», los impulsores de la presencia en la esfera pública. Diferentes grupos apelan a sus activistas y simpatizantes a través de mensajes específicos directamente ligados con la amenaza de los cambios propuestos por la coalición actual. Así, por ejemplo, «Construimos alternativa» es una organización reciente de mujeres que luchan contra la imposición religiosa de reglas de comportamiento y leyes que limitan la libertad de género. «El frente laico» apela a la parte de la población que se opone a la expansión de instituciones religiosas en la regulación de la vida civil, la educación, los derechos humanos y otras.  «Un país para todos» intenta despertar la conciencia sobre la imposibilidad de establecer una democracia liberal mientras continue la presencia civil y militar en los territorios conquistados. Los «Hermanos Combatientes», reservistas de unidades especiales del ejercito que sirven voluntariamente en momentos de tensión, creativos en sus acciones opositoras y altamente organizados, proclaman que un «ejercito del pueblo» no puede funcionar bajo una dictadura.

Estos pocos ejemplos indican que la protesta desbordo los límites de la «reforma» judicial, y elevo a la conciencia pública las brechas culturales, socio políticas estructurales, los problemas de gobernabilidad, corrupción, discriminación, seguridad, separación de religión y estado, el debilitamiento de la economía, y demás. Sin embargo, dentro de este frente amplio, los ciudadanos árabes israelíes (20% de la población) no han encontrado aun un espacio de participación. 

Dos consignas son comunes a todos estos grupos: De mo cra cia y Vergüenza (busha) constituyendo la base que aglutina a militantes y simpatizantes de todos los segmentos de la protesta. Con estos términos, se acosa a miembros de la coalición parlamentaria y ministros, a quienes se «visita» a la salida o entrada de sus casas de día o de noche, o cuando intentan participar en algún acto público del que generalmente deben desistir. Todos los días, los grupos de WhatsApp informan «el orden del día»: frente a que funcionarios considerados influenciables hay que manifestar, a qué hora y en que domicilio. Hay, además, movilizaciones espontaneas y constantes cuando se sabe a dónde ira algún ministro y, en menos de media hora, a cualquier momento del día, aparecen cientos de personas «saludándolos» con banderas, bombos y trompetas. Estas actividades ininterrumpidas terminan reduciendo al mínimo la presencia de funcionarios, Netanyahu incluido, en lugares públicos.

La misma estrategia se difundió en el extranjero: todo miembro de la coalición gobernante que visita algún país recibe la «bienvenida» de manifestantes en los aeropuertos, en la entrada a los hoteles, o en alguna actividad programada. Así se logró «imponer» la norma del uso de la puerta de servicio para disminuir la humillación. Estas escenas se repitieron en Nueva York, Washington, San Francisco, Londres, Berlín, Paris y otras ciudades donde residen israelíes que estudian o trabajan en el lugar. A estos actos se agregan sectores de las colectividades judías, y gobiernos extranjeros que boicotean a los representantes gubernamentales de Israel.  

Hacia donde vamos y que podemos lograr es LA pregunta de quienes con tanta determinación salen a las calles día a día y semana a semana. Frente a ellos, hay una coalición dispuesta a continuar su ofensiva y defender los intereses de sus distintos sectores, con el apoyo de un primer ministro, y de otros 4 miembros del gobierno, dispuestos a pagar cualquier precio con tal de mantenerse en el poder y salvarse de ir a la cárcel por actos de la corrupción de la que se los acusa. El líder del partido nacionalista mesiánico, Bezalel Smotrich, recibió el ministerio de finanzas, que quiere organizar a través de principios de la religión judía antigua. Las advertencias de brillantes economistas y la preocupación por la reducción de inversiones externas o la devaluación del dólar no son temas que parezcan preocuparle. El ministro de Defensa Nacional, Itamar Ben Gvir, exterrorista judío, racista, religioso nacionalista y con una total falta de conocimiento del tema, no se preocupa por el aumento de la criminalidad y asesinatos, porque le da una excusa para crear una milicia armada bajo su dirección. Los ministros ultraortodoxos se despreocupan casi totalmente de los objetivos de los ministerios a su cargo, mientras reciben un enorme presupuesto que satisface las necesidades de su sector, la mayoría de cuyos miembros varones se dedican al estudio de los libros sagrados, no participan en el mercado de trabajo y no sirven en el ejército. La creciente disfuncionalidad de las instituciones estatales sorprende a los ciudadanos que luchan contra ella.   

En esta lucha contra la corrupción, las violaciones de los derechos humanos, la desigualdad cívica, la xenofobia, el peligro económico, la expansión de las normas religiosas, la protesta no es una elección sino una obligación. Por el momento, pareciera que el gobierno abandona, o está dispuesto a negociar las propuestas judiciales iniciales, y acepta el principio de que cambios institucionales de esa magnitud solo podrían introducirse en base a consenso con la oposición. Si así fuese, esta situación seria un logro sin precedentes para quienes se opusieron activamente, desde el comienzo de la batalla civil clamando que «Israel no será dictadura«. Los participantes en estas protestas masivas entienden que este éxito no sería el fin de la lucha, solo un primer paso, que la democracia requiere para sobrevivir la acción continua de guardianes capaces de protegerla. Esta es la encrucijada en la que se encuentra la sociedad israelí.

Batia Siebzehner es miembro del Instituto Harry S. Truman para el Avance de la Paz, Universidad Hebrea de Jerusalén 

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