Víctimas civiles en bombardeos republicanos sobre la Navarra insurgente

Navarra fue, a lo largo de toda la Guerra Civil española, segura retaguardia del bando sublevado. Desde el día 19 de julio de 1936, todo el Viejo Reyno fue lanzadera de voluntarios, base de comunicaciones, espacio de acogida de refugiados, gigantesco hospital de campaña, frontera decisiva con Francia… punta de lanza de la sublevación. Por todo ello, nunca fue objeto de operaciones de guerra contra objetivos militares.

No obstante, sin alcanzar tan épica como propagandística relevancia de Guernica, los bombardeos republicanos sobre varias localidades navarras causaron una cuarentena de fallecimientos, todos civiles; además de unos cientos de heridos y otras nunca contabilizadas víctimas “colaterales”.

Los aviadores republicanos, ciertamente, no persiguieron golpear cuarteles, instalaciones estratégicas, polvorines, nudos de comunicaciones o aeródromos (Ablitas, Buñuel). Entonces: ¿acciones de guerra o crímenes de lesa humanidad? No en vano, sus víctimas fueron, únicamente, meros civiles.

El sábado 22 de mayo de 1937 Pamplona sufrió el primer bombardeo. Desde un Katiuska se alcanzó a un grupo de civiles situado cerca del Portal de Francia; una arboleda en la que era habitual que madres jugaran con sus hijos. Algunas fuentes, para quitar hierro al asunto, aseguran hoy que su objetivo habría sido el palacio de Capitanía, actual Archivo Real y General de Navarra, en el que residiría el general Emilio Mola; fallecido poco después, el 3 de junio, en un accidente de aviación acaecido en la localidad burgalesa de Alcocero. En cualquier caso, lo cierto es que fallecieron un total de once personas: Armando Pejenaute, María Arenal, Aurelia Mainer, Patrocinio Évora, Juan Jiménez, Eusebio Martínez, Agustina Osés, Vicente Urra, y los niños Florencio Ilzarbe, Victoriano Lizarraga y Daniel Fiz. 

Décadas después se recordaría, casualmente, que por aquellos días residía, en el asilo de las Josefinas de la Magdalena, no muy lejano al lugar bombardeado, el arzobispo de Toledo y cardenal primado, Isidro Gomá; si bien todo indica que aquel día se encontraba en la localidad palentina de Venta de Baños en una reunión de obispos.

El viernes 13 de agosto fue Tudela, todavía en ferias, la bombardeada por tres Túpolev SB2, procedentes del aeródromo valenciano de Torrente vía Soria. Sus objetivos, según el nacionalista Diario de Noticias de Navarra, habrían sido el cuartel de la guardia civil, la central de teléfonos y el puente sobre el río Ebro; sin conseguirlo. Pero, pese a volar a menos de 2.000 metros, mataron a doce civiles tudelanos: Jesús Gil, Cristina y Montserrat Suchet, Inés Hernández, Mariano Ciria, Ramón Ibarra, Concha Jiménez, Victoriano Casajús, Atilano Coscolín, José María Pérez, y los niños Mercedes Gracia y José Marín.

Poco después, el sábado 25 de septiembre, la villa de de Lumbier, que no llegaba a los 1.000 habitantes y sin presencia militar ni logística alguna, fue objeto de un bombardeo. Fallecieron: José Induráin Iparraguirre, Francisco Iriarte Goñi, Pablo Tabar Isturiz, Carlota Aldave Murillo, Mª Ángeles Eguaras Iriarte Manuela (?) y Pilar Góngora Iriarte.

El día 11 de noviembre del mismo año, el centro de Pamplona fue atacado por una docena de Katiuskas procedentes de Reus. El bombardeo afectó particularmente a la Casa de Misericordia, la estación de autobuses inaugurada en 1934 y el palacio de la Diputación. Otras bombas fueron arrojadas en barrios periféricos. Murieron: Antonio Guerrero, Miguel Larrayoz, Alejandro García, José Quintana, José Castillo (acaso soldado de permiso del Regimiento de Infantería “América” nº 66 de Cazadores de Montaña), Manuela Borrell Sánchez y María Escolástica Albéniz. Siete nuevos inocentes; ninguno de ellos militar. 

El último bombardeo sobre población civil tendría lugar el 18 de enero de 1938: un Katiuska atacó Pamplona, con el saldo de un muerto, cuyo nombre se desconoce, y varios heridos.

Ciertamente, la oficialista Memoria Histórica no contempla por igual a todas las víctimas. Prueba de ello es que, en junio de 2016, el parlamentario de UPN Iñaki Iriarte presentó una moción, en el Parlamento de Navarra, solicitando actos y placas en recuerdo de los navarros muertos en bombardeos y por los asesinados en territorios controlados por el gobierno republicano. La propuesta fue rechazada con los votos en contra de PSOE, Geroa Bai, EH Bildu, Izquierda-Ezkerra y Podemos. Votó a favor, además de UPN, el Partido Popular. Laura Pérez, entonces en Podemos, aseguró que «todas las victimas no fueron iguales ni merecen ser tratadas como tal, y negarlo, el negacionismo, que es delito en otros países, no contribuye en absoluto a la tolerancia ni al respeto que usted [refiriéndose a D. Iñaki Iriarte] dice proclamar». Koldo Martínez, de Geroa Bai, afirmó que «el proponente de la moción comete la indecencia de poner en el mismo plano a las víctimas de la represión franquista con las víctimas de los bombardeos de la aviación del gobierno de la República». 

Efectivamente: no todas las víctimas son iguales.

Víctimas civiles en bombardeos republicanos sobre la Navarra insurgente comentarios en «3»

  1. Mi padre fue testigo presencial de los dos bombardeos de Pamplona.

    En el primero, el 22 de mayo de 1937, murió su compañero de juegos, Victoriano («Victorianico») Lizarraga Senar. Mi padre tenía entonces siete años. Aún hoy recuerda perfectamente cómo caían las bombas, y también cómo, minutos después, la madre de «Victorianico», rota de dolor, gritaba a los hijos que fueron a darle la luctuosa noticia: «¡me queréis engañar!», cuando le decían que su hermano había muerto, pero que su padre había sobrevivido (el padre de «Victorianico» quedó herido, pero no murió). Al día siguiente corrió por Pamplona el rumor de que las bombas caídas en el Redín apuntaban a Capitanía, donde había estado Mola el día anterior. Parece bastante probable que ese fuera el objetivo. Por supuesto, es completamente inverosímil que los pilotos republicanos apuntaran hacia ese lugar porque supiesen que en él «era habitual que madres jugaran con sus hijos», como se pretende sugerir en el artículo; esa absurda observación sesga su objetividad.

    En cuanto al bombardeo del 11 de noviembre de 1937, en esos días, una parte de las Brigadas Navarras se encontraba descansando en Pamplona, tras el fin de la campaña del norte. Mi padre recuerda perfectamente cómo, mientras bajaban corriendo al sótano-refugio, un sargento de requetés les decía: «tranquilos, que eso son los antiaéreos». En realidad, el estruendo procedía del estallido de las bombas, que cayeron principalmente en los alrededores del Frontón Percain (después Cinema Alcázar), habilitado como cuartel de las Brigadas Navarras, alcanzando también al Palacio de la Diputación y a la Estación de Autobuses (muy cerca del Frontón Percain), y alguna a la Misericordia. Las bombas no dieron de lleno al frontòn Percain, y murieron varios civiles. Eso es cierto. Pero no es aceptable sugerir que la única finalidad del bombardeo fuera causar muertes de civiles. Omitir el dato de que aquel día había miles de soldados de las Brigadas Navarras acuartelados en las inmediaciones de donde cayeron la mayor parte de las bombas no dice mucho en favor de la objetividad del artículo.

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