BAL4938 The Christmas Hamper (oil on canvas) by Martineau, Robert Braithwaite (1826-69); Private Collection; English, out of copyright.

Historia de la Navidad (segunda parte)

Las Navidades son una de las festividades más importantes del calendario religioso y cultural en nuestro país. Constituyen todo un conglomerado de tradiciones que han ido aumentando y definiéndose conforme pasaban los siglos y que nos dan muestras de la evolución cultural, política y religiosa del ser humano. En unos pocos días disfrutamos de varios actos y festejos cuyo origen se hunde en el tiempo y solo echando la vista atrás y analizando la historia, los podemos entender. Veamos a continuación algunos ejemplos.

Gastronomía navideña

La reunión en torno a la comida en días señalados se remonta a nuestros orígenes. Los seres humanos siempre hemos sacado las mejores viandas para acompañar todo tipo de ceremonias: desde la celebración de un nacimiento, a bodas, cumpleaños, fiestas patronales e incluso fallecimientos, como bien refleja la frase de “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

Así, el pueblo llano va a localizar en unas fechas concretas el momento especial donde saciar sus estómagos y olvidarse, por unas horas, de las estrecheces del día a día; mientras que las clases altas no tendrán problema en tirar la casa por la ventana. Pero sea como fuere, unos y otros están coincidiendo en una forma de disfrute basada en llenar sus estómagos. 

Ya los romanos en las saturnales organizaban grandes banquetes donde se comía en exceso y el vino corría sin mesura. Por otro lado, en el mundo celta la noche del solsticio se acompañaba con buenos asados y abundante bebida. Pero si nos remontamos a las festividades navideñas, existen diferentes platos tradicionales que son producto de una larga acumulación de costumbres,  las cuales hacen que, sobre el mantel de nuestra casa, podamos hallar todo un muestrario culinario, propio de culturas y épocas que han sabido llegar hasta hoy.  

Por ejemplo, la tradición de poner en la mesa un plato de ave, tanto en la cena de Nochebuena como en el día de Navidad, proviene de los antiguos griegos y romanos. Para dichas culturas, los gansos, las ocas y otras aves migratorias, representaban el regreso de la primavera. Por ese motivo, colocar como plato central del banquete uno de estos animales, era una invitación a la llegada del buen tiempo y a celebrar que acababa el invierno. Ese acto terminará perdiendo el sentido propiciatorio, pero las aves seguirán presidiendo muchas de las comidas de esta época del año, incluso se ampliará el tipo de pájaro, abarcando desde faisanes a pavos. 

Los dulces navideños son otro protagonista indiscutible de la gastronomía de las fiestas y su origen es variado y antiguo. 

Así, el del turrón habría que buscarlo en Arabia. Una de las primeras referencias a dicho dulce la encontramos en De medicinis et cibis semplicibus, un tratado del siglo X escrito por un médico árabe y que hace mención al turun. La expansión musulmana del siglo VII por el norte de África, hizo que se popularizase la repostería de esta cultura, basada en la miel y en los frutos secos. Terminó entrando en la península ibérica a partir del siglo VIII de la mano de los conquistadores árabes, al igual que otros muchos alimentos importados por ellos como el dátil, la naranja, la berenjena, el espárrago o la alcachofa. 

Sus postres se consumían a lo largo de todo el año en el mundo musulmán, pero con la expansión arábiga por los territorios cristianos y el paso del tiempo, se localizaron más en las fiestas de Navidad, hallándose los turrones completamente extendidos por toda España ya en el siglo XVI, sobre todo entre las clases altas. 

La versión española del turrón nació en Alicante alrededor del siglo XV. Ya en época del emperador Carlos V (1516-1556) encontramos mención de su existencia en la villa de Sexona, actual Jijona.

El origen del mazapán es más confuso, pero de una antigüedad indudable, ya que debemos remontarnos en el tiempo al menos cinco siglos como poco. Hay quien asegura que nacieron en el siglo XVI en Estepa y otros que en Antequera, fruto de un exceso de producción de trigo y por la abundante acumulación de manteca. Otra teoría nos sitúa en el Toledo, del siglo XIII, cuando la ciudad se vio sitiada por los ejércitos musulmanes. Debido al bloqueo militar se sucedió una carestía para la que las monjas del convento de san Clemente del Real encontraron una solución: utilizaron las almendras que guardaban, machacándolas y mezclándolas con azúcar hasta que formaron una pasta que, tras trocearla, sirvió para alimentar a las tropas que defendían la ciudad.

En cuanto al roscón de reyes hemos de buscar su nacimiento en la antigua Roma. Durante las saturnales se comía una torta circular en la que escondían un haba y aquél que la encontraba era nombrado el rey de la fiesta, debiendo todos los demás realizar lo que el afortunado les indicara. La tradición de su consumo traspasó tiempo y religiones y la encontramos durante la Edad Media con el nombre de “pastel de reyes”, vinculándolo con un evento cristiano y acabando así con su origen pagano

Llegamos a las doce uvas, cuya tradición no es tan antigua. Dos son las teorías que nos explican el inicio de esta costumbre. Una defiende que existía entre las clases pudientes de la segunda mitad del siglo XIX, la moda de despedir el año comiendo uvas y brindando con champán, tradición que según algunos fue importada de la alta sociedad francesa. Partiendo de esto, en 1882 un grupo de jóvenes madrileños se reunió en la Puerta del Sol en el momento de las campanadas, e ironizó con la práctica de los ricos, comiendo una uva por cada golpe del reloj. La otra teoría parte de 1909 y cuenta que, debido a un exceso de producción, los agricultores de Alicante, con el apoyo de ciertos políticos y personas influyentes, consiguieron presentarlas en sociedad como “Las uvas de la suerte”, decidiéndose que esa Nochevieja se consumirían llegadas las doce. Visto lo visto tal vez no estemos ante dos caminos diferentes, sino que se trate de la fusión de sendas teorías. Sea como fuere, en la segunda década del siglo XX la costumbre ya se había aceptado y extendido por toda España.

Los villancicos

Los primeros que conocemos son del año 1492. Inicialmente se trataban de poemas de amor creados y cantados por el pueblo llano, siendo los villanos quienes dieron nombre a dichas tonadillas. En el siglo XVII se van a transformar, por iniciativa de la Iglesia, en canciones exclusivamente religiosas, y tal fue su popularidad que dejaron de abordarse en ellos otras temáticas. De todos los villancicos, los dedicados a las navidades fueron los preferidos y los únicos que perdurarán en el tiempo.

El árbol de Navidad

Desde las épocas más remotas, el ser humano ha adorado a la naturaleza y a los fenómenos que en ella se desarrollan: los sonoros truenos, la iluminadora luna, la majestuosidad de una gran cascada e incluso el silencio de un bosque, han sido objeto de nuestra admiración a lo largo de los siglos. Por ello, dentro de las primeras religiones naturistas, el árbol sería una importante figura de culto. En la vieja Europa de los celtas hallaríamos sus santuarios en el propio bosque y la realización de rituales junto a un árbol, era costumbre extendida y común en todos los rincones del continente. Este objeto representaba la unión entre el cielo y la tierra, la fertilidad y la vida. Su sacralidad se extiende al mundo de los mitos, hallándose narraciones en las que, gracias a los árboles (a sus ramas u hojas) el ser humano obtuvo beneficios de diversa índole o conocimiento. Sirvan de ejemplo desde la ramita de olivo de Moisés, hasta la hoja de castaño del Basajaún (el “Yeti vasco”), gracias a la cual, los hombres descubrieron el uso de la sierra. 

La tradición navideña de colocar en todas las casas o lugares públicos un pino o un abeto decorado traspasa el propio cristianismo y se adentra en las tradiciones paganas del norte de Europa. Los pueblos nórdicos, en sus creencias religiosas tenían la figura de Yggdrasil, el cual era un fresno descomunal donde se hallaban los nueve mundos. Estos estaban repartidos a lo largo de ese colosal “árbol de la vida” y entre ellos se encontraba Midgard, el reino donde vivimos los humanos. El culto a este árbol sagrado (y por extensión a otras especies) fue un punto a tratar por los primeros misioneros cristianos que llegaron a estas latitudes. No podían cortarlo de raíz y hacer que desapareciera, por lo que solo quedó trasformar la práctica pagana en cristiana. Según encontramos en la tradición, al hallarse san Bonifacio (680-754) predicando en el norte de Europa, se encontró en una localidad con un roble sagrado dedicado al dios Thor. Considerándolo como algo impío y maligno lo taló y en su lugar colocó un pino (manifestación del eterno amor de Dios) y lo decoró con manzanas (representación de las tentaciones y los pecados) y con velas (señal de la luz que Jesús trajo al mundo). Apropiándose de ese símbolo, la Iglesia consiguió entrar en todas las casas, ya que por el solsticio de invierno existía la costumbre de colocar un árbol en cada hogar. 

Pero el uso del pino en estas fechas también lo encontramos en la antigua Roma, donde colocaban sus ramas en las casas en las calendas de enero, como símbolo de la prosperidad que traería el nuevo año. Hoy en día seguimos decorando los hogares de la misma manera, pero las manzanas se han transformado en bolitas de colores, las ramas del pino en espumillones y las velas en las luces navideñas que iluminan la fiesta.

La Nochevieja

La localización del final del año en el 31 de diciembre viene, nuevamente, de la mano de los romanos. Para estos y otras culturas, como la mesopotámica y la celta, el año comenzaba en marzo/abril, coincidiendo con el calendario agrícola, pues la cosecha y el campo eran los que marcaban los ciclos anuales. 

En la época de la república romana, en los Idus de martius, el año administrativo terminaba el 14 de marzo y empezaba otra etapa política. Por ejemplo, a partir de esa fecha se elegían a los dos cónsules que habrían de presidir el gobierno y dirigir las legiones. Y aquí encontramos el motivo del cambio de fecha: por una necesidad práctica de organización militar. 

Y es que en el 153 a.C. la república se encontraba, por un lado, en plena expansión por Hispania y por otro, envuelta en una guerra contra los pueblos celtíberos. Así, la tribu de los belos se levantó en armas haciéndose fuerte en una de sus ciudades más importantes: Segeda (actual provincia de Zaragoza). Allí las legiones sufrieron un duro revés al intentar acabar con ellos, pues unos 6000 legionarios perdieron la vida. La catástrofe militar obligó al Senado a adelantar el comienzo del año a las Kalendae de januarius (1 de enero) y así poder disponer de más tiempo para la preparación de los cónsules y de las legiones. De esta manera, llegada la primavera, estaban perfectamente organizados y así no se perdía un tiempo precioso, teniendo en cuenta que antiguamente las campañas militares se desarrollaban durante la primera y la segunda estación del año. Por ello, desde el siglo II a.C.  y debido a las luchas contra las tribus de la vieja Hispania, las anualidades comenzarán en la fecha que todos conocemos hoy en día. Para ser más exactos, casi dos siglos después del suceso narrado, Cayo Julio Cesar establecerá un nuevo calendario, el Juliano, y mantendrá el principio del año en el día 1 de enero.

Los Reyes Magos

La presencia de estos personajes la encontramos en el evangelio de san Mateo. Curiosamente en el texto nada se dice ni de su condición real, ni de sus nombres o rasgos, como tampoco se hace referencia a que eran tres. Solo nos cuenta que llegaron a Belén unos magos de Oriente a adorar al Niño recién nacido.

Será en el siglo III cuando se les añada la condición de reyes, tal vez por el hecho de que la práctica de la magia estaba prohibida por el cristianismo y así, al elevarlos de categoría social, se dirimía el hecho de que practicasen las ciencias ocultas.

Habrá que esperar al siglo VI para conocer sus nombres y sus rasgos, gracias a un apócrifo evangelio armenio sobre la infancia de Jesús, el cual cuenta que los Reyes Magos eran tres: “Melkor, el primero, que reinaba sobre los persas; después Gaspar, que reinaba sobre los indios; y el tercero, Baltasar, que tenía en posesión el país de los árabes”. 

Pero lo curioso es que, en los primeros siglos del cristianismo, la figura de los Magos de Oriente se relacionaba con las tres edades del hombre. Así, en la iglesia de san Apolinar Nuovo de Rávena, Italia, encontramos una imagen realizada en el siglo VI en la que aparecen los reyes con sus vestimentas clásicas y señalando sus nombres. En ella queda identificado Melchor como el de la barba blanca, representando así a la vejez; Gaspar también tiene, pero marrón, simbolizando de esta manera la edad madura del hombre; y el imberbe Baltasar es el ejemplo de la juventud. Eso sí, ni éste es de rasgos africanos ni ninguno lleva corona, sino el típico gorro oriental: el frigio.

La relación con las diferentes razas que se conocían por entonces hay que buscarla más tarde, en el siglo XV. Europa, Asia y África serán los tres mundos representados, como bien podemos ver en el cuadro de 1497, La Adoración de los Magos, del pintor italiano Andrea Mantegna. A partir de entonces la iconografía de estos personajes se mantendrá sin modificaciones.

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