Pamplona antes del Privilegio de la Unión (III)

Los conflictos bélicos del Siglo XIII (2ª parte)

El primer intento de unión entre los núcleos existentes en Pamplona sucedió en 1266. Según parece se consiguió la aceptación de la mayoría de los habitantes, e incluso el rey Enrique I «el Gordo» (1249-1274), de la casa de Champaña, juró lo establecido en ese acuerdo. Pero poco duró ya que los canónigos de la Navarrería no vieron con buenos ojos esa alianza y convencieron al monarca, previo pago de una sustanciosa donación de treinta mil sueldos, para que rompiese el trato y dejara libres del mismo a los habitantes de la Navarrería. Como veremos a continuación, semejante acción tendría funestas consecuencias para todos los habitantes de la vieja ciudad.

La Guerra de la Navarrería (1276)

En 1274 murió el rey Enrique I “el Gordo”, dejando como heredera a su hija Juana, una niña que tenía por aquel entonces poco más de un año. Por ello, su madre, Blanca de Artois, decidió acudir en busca de protección y tutela en su tío, el monarca Luis IX de Francia.

El problema de la regencia, la custodia del rey francés y las diferentes candidaturas para hacerse con el cargo de gobernador del reino, dividió a los habitantes de Navarra y despertó los intereses expansionistas de las coronas vecinas de Castilla y de Aragón, quienes no quisieron perder la oportunidad de hacerse con el territorio. 

En lo que a la titularidad del trono de Navarra refería, las Cortes de Navarra eran partidarias de un entendimiento con el monarca aragonés Jaime I “el Conquistador”; en cambio el obispo de Pamplona, los canónigos de la catedral y el señor de la cuenca y de las montañas, García Almoravid, preferían al candidato castellano Alfonso X “el Sabio”. Ante esta delicada situación, la reina madre viajó a París y dejó a Juana bajo la custodia de su primo, el nuevo rey de Francia Felipe III.

Mientras tanto, en Pamplona iban en aumento las tensiones, alentadas por unos y otros por intereses particulares. Así, los de la Navarrería comenzaron a construir máquinas de guerra y a reforzar las murallas con nuevos bastiones. Esto hizo que los del burgo de san Cernin se quejasen y recurrieran a las Cortes y al gobernador de Navarra y señor de Cascante, Pedro Sánchez de Monteagudo, para que se deshicieran las nuevas fortificaciones y se retirasen los ingenios defensivos. Pero no se consiguió nada y los de la Navarrería mantuvieron lo hecho, aumentando con ello de forma intensa la tensión entre los habitantes.

Sánchez de Monteagudo dimitirá y fue sucedido por el senescal de Francia Eustaquio de Beaumarchais, quien retomó la cuestión e intentó solucionar el problema sin conseguir resultados, ya que se encontró con la oposición directa del prior de la catedral, quien ordenó a sus habitantes que no obedeciesen las órdenes del gobernador sin que antes estas fueran aceptadas por el cabildo. 

La creciente tensión llegó a un punto de no retorno cuando el obispo excomulgó a los habitantes de san Cernin y a los de san Nicolás. Ante semejante acción, el gobernador mandó a un emisario real que entrase en la Navarrería a intentar negociar y buscar una solución a esta difícil situación. Pero tuvo que huir ante las amenazas de muerte del vecindario y así las puertas se cerraron de forma definitiva a cualquier intento de paz. 

Los pormenores de la guerra los conocemos gracias a que el poeta Guillem Anelier de Toulouse, ballestero que llegó a Pamplona a luchar junto a los de san Cernin y los de san Nicolás por los intereses de la reina Juana I, puso por escrito lo que vivió. Según nos dice, García Almoravid y otros señores, el cabildo de la catedral y el concejo vecinal de la Navarrería juraron sobre la cruz y los evangelios luchar unidos contras sus enemigos. Los del Burgo y los de la Población se organizaron para la batalla colocando los ingenios de guerra y disponiendo a la gente en las diferentes torres que recorrían sus murallas. Mientras tanto, el prior del convento de los padres predicadores y el de los franciscanos buscaban la manera de poner paz y de terminar con la locura que se avecinaba. Pero cuando se comenzaron a escuchar palabras de tregua, de calma en los ánimos y de entendimiento, alguien accionó una de las máquinas de guerra ubicadas en la Navarrería. El proyectil impactó contra el burgo de san Cernin y ya nada se pudo hacer. La guerra había comenzado.

Ante los movimientos del rey Alfonso X de Castilla, quien se acercaba a Pamplona con una importante fuerza militar, el monarca francés Felipe III reaccionó con rapidez y envió un poderoso ejército al mando de su condestable, Imberto de Beaujeu y del conde de Artois, hermano de la reina Blanca. Arribaron a Burlada el 6 de septiembre y rápidamente ocuparon posiciones alrededor de Pamplona, instalándose en puntos estratégicos para evitar la llegada de cualquier ayuda a la Navarrería y accedieron en el burgo de san Cernin intensificando así su defensa. Ante este despliegue militar el rey castellano no pasó de El Perdón y optó por ordenar la retirada y volver a sus tierras.

Los de la Navarrería verían con seria preocupación la llegada de este contingente y con seguridad el miedo comenzó a apoderarse de sus corazones. Ya no tenían escapatoria y poco quedaba por hacer a no ser que se lograse buscar algún tipo de pacto. Pero la suerte no estuvo del lado de los habitantes de la vieja Iruña, ya que el 29 de septiembre, por la festividad de san Miguel, García Almoravid y otros nobles, aquellos que habían encendido los corazones del pueblo llano prometiéndoles seguridad y victoria, huyeron esa noche por una puerta trasera sin que nadie se enterase. Solos y desamparados decidieron rendirse. Pero ya fue tarde para ellos. Y es que el asalto fue inmediato. Los soldados franceses, junto con los habitantes del burgo y de la población, entraron en tropel en la Navarrería y causaron un daño terrible. Tras la batalla la Navarrería, el burgo de san Miguel y la judería fueron completamente arrasados; hasta las tumbas de los reyes fueron saqueadas. Tal fue la destrucción que durante más de cuarenta años se pudo sembrar cereal donde antes se levantaba la ciudad de Pamplona. Solo las casas de las dignidades capitulares y la catedral quedaron en pie, aunque esta estuvo cerrada al culto por más de treinta años. 

(Imagen: fragmento de «Burning Church 3» de Heather Lennox).

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