Salvador Pinaquy, un pamplonés a recordar

Salvador Pinaquy Ducasse nació en 1817 en Bayona y con 31 años se vino a vivir a Pamplona. Junto a su paisano José Sarvi fundó el 11 de marzo de 1850 la sociedad “Salvador Pinaquy y Compañía”, un negocio de fundición, herrería y taller especializado en la construcción y montaje de maquinaria agrícola. Se dispuso en el molino de Caparroso, pagando su arrendamiento al conde de la Rosa.  Desde allí ofrecía un amplio catálogo de innovadoras piezas que modernizaron y revolucionaron al viejo sector. De hecho se puede asegurar que tuvo un papel clave en la mecanización y puesta a punto de la agricultura navarra, al adaptarla a las novedades y avances que se estaban dando en el siglo XIX. Esto motivó que a los pocos años Pinaquy alcanzara fama y prestigio, como así lo atestiguan los numerosos premios nacionales e internacionales que le fueron otorgados en diferentes exposiciones. 

Durante el bloqueo de Pamplona por las tropas carlistas (del 3 de septiembre de 1874 al 2 de febrero de 1875) consiguió burlar la estrategia de los atacantes de privar de agua a la capital (cortaron la canalización de Subiza), al realizar el providencial hallazgo de un manantial junto al molino de Caparroso, del que salía abundante agua y con una excelente calidad. Acto seguido, el 1 de octubre de 1874, Salvador comunicó al Ayuntamiento de la capital dicho descubrimiento y le presentó un proyecto para bombearla y canalizarla hasta la ciudad, cuyos gastos ascendían a 50.000 reales, los cuales fueron aceptados sin discusión alguna. Para llevarlo a cabo Pinaquy desplegó todos sus conocimientos técnicos y supo ejecutarlo en muy poco tiempo. Así, instaló una bomba que sacaba el agua y tras limpiarla con una serie de filtros, la pasaba a unas tuberías de más de quinientos metros de extensión que salvaban la distancia y el desnivel que había entre la orilla del río y el depósito de aguas, ubicado donde hoy se levanta la iglesia de los redentoristas. Tras veintiocho días de intenso trabajo, Salvador concluyó su proyecto y Pamplona volvió a ver salir por sus fuentes un esperadísimo caudal de agua de gran calidad y cantidad, alcanzando los veintidós litros al día por habitante. 

El 6 de noviembre se produjo la apertura de las fuentes. Para celebrar el acto se adornó la plaza del Castillo, por entonces llamada de la República, con banderas y guirnaldas. También se sacaron los gigantes (los mismos seis que hoy en día) y los kilikis (Coletas y Barbas, la primera pareja que tuvo la comparsa), que ese año cumplían catorce años de vida. Se colocó un cartel en la fuente de la Mariblanca que rezaba “La libertad hermanada con la ciencia” y a su lado alguna mano socarrona colocó otro que decía “A pesar de los carlistas” Las autoridades de la ciudad abrieron los cuatro grifos que tenía la fuente, acompañados multitud de vítores y aplausos. Una vez realizado el acto, todos los presentes bajaron hasta el molino de Caparroso, donde se firmó el acta oficial de la inauguración de la obra. Cuando la comitiva pasó junto al baluarte de Labrit se dispararon tres balas rasas desde éste hacia Huarte, donde tenían instalado el cuartel general las tropas carlistas. Para terminar los actos de celebración se organizó un baile nocturno en el paseo Valencia, hoy de Sarasate, a cargo de la banda de la Casa de la Misericordia.

El 1 de febrero, un día antes de que se levantase el bloqueo sin haber conseguido tomar la ciudad, el ayuntamiento entregó una medalla conmemorativa de oro a Salvador agradeciendo su extraordinario servicio a Pamplona. 

Unos años después Pinaquy abandonó el molino de Caparroso y adquirió un edificio en la calle Mayor, en cuyo patio interior instaló una enorme nave en la que seguir con su negocio, la cual se extendía hasta la calle Jarauta. Allí continuó trabajando en numerosos proyectos para mejorar y modernizar Pamplona de diferentes formas. De hecho, se interesó por el naciente mundo de la electricidad y fue pionero en la implantación de esta en la ciudad. Sirva de ejemplo que llegado 1885 su taller contaba con luz eléctrica, siendo el primer lugar en tenerla en la ciudad. Además, en 1887 colocó cuatro lámparas para iluminar el atrio de la iglesia de san Saturnino (con motivo de la celebración del cuarto centenario de la aparición de la Virgen del Camino) y en 1888 instaló el alumbrado eléctrico en el recién inaugurado café Iruña.

En Pamplona hoy nos quedan algunos rincones donde aún podemos apreciar su extensa obra y huella. Así, si nos desplazamos al final de la cuesta de Santo Domingo (donde antaño se abría el portal de la Rochapea), veremos la única caseta del cuerpo de guardia superviviente, la cual aún conserva las columnas de hierro colado hechas en el taller de Salvador. Si nos desplazamos hasta el portal de Francia hallaremos nuevamente su presencia en el sistema de elevación del puente, construido e instalado por él y que aún sigue operativo, pues cada tarde del 5 de enero se acciona para dejar entrar en la ciudad a los Reyes Magos de Oriente.

De su vida privada sabemos que se casó con Antonia Sancena Vergara, de cuyo matrimonio nació un solo hijo, al que bautizaron con el mismo nombre que él. Salvador falleció el 17 de diciembre de 1890 en su casa de la calle Mayor (actual número 14) y su vástago lo hizo poco después (el 10 de febrero de 1900), pues tenía una frágil salud y terminó muriendo a los veintiséis años de una tuberculosis pulmonar. Al no tener herederos que recogiesen el testigo de toda su obra, el negocio pasó a su cuñado Martín Sancena, quien en 1894 constituyó con otros familiares la sociedad “Sucesores de Pinaquy y Cía”. En los años cuarenta del siglo XX, tras varios cambios en la empresa, se creó la “Sociedad limitada Casa Sancena, Sucesor de Pinaquy”, la cual siguió desempeñando un papel protagonista en la ciudad, al dedicarse a la producción de mobiliario urbano. Y así, cada vez que deslizamos la mano por las barandillas con el león que embellecen Pamplona o saciamos la sed en las viejas fuentes verdes con rostro del mismo animal, estamos recordando de alguna manera a ese querido pamplonés de adopción que tanto hizo por nuestra ciudad y que bien se merece ser sacado del olvido que genera el paso del tiempo. Pues ya se decía en una de las caras de la medalla de oro que le concedió el Ayuntamiento por el servicio prestado durante el bloqueo carlista: “A don Salvador Pinaquy. Pamplona agradecida”.

Imagen destacada: medalla conmemorativa de la subida de aguas del Arga, con la inscripción «dio de beber al sediento». Eduardo Morales.

1 comentario en «Salvador Pinaquy, un pamplonés a recordar»

  1. tengo una tarjeta de publicidad a color de:

    ARADO JAEN. Sucesores de S. Pinaquy
    Único y Exclusivo Representante

    Buscando en internet, he leído su artículo sobre esta persona y me pongo en contacto por si es de su interés

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