Homenaje en Leiza

Como cada año, en Leiza

El homenaje que se hace cada año a Juan Carlos Beiro en un recodo de la carretera entre Berástegui y Leiza, a cuatro pasos y un puente de piedra de la muga de Guipúzcoa, es especial. Como todos, porque todos tienen detrás una historia, vidas y familias.

Juan Carlos Beiro era un cabo de la Guardia Civil, joven, idealista y recién trasladado, que estaba más cerca de la trampa etarra que sus compañeros cuando los etarras escondidos hicieron estallar la bomba; cuatro de ellos fueron heridos de gravedad. Habían acudido a investigar una pancarta que decía «Guardia Civil, mátalo aquí» en vasco. Cuando se dieron cuenta intentaron alejarse, pero fue tarde.

Lo que hace tan diferente el asesinato de Juan Carlos Beiro no es a quién mataron (por desgracia, demasiados guardias civiles murieron a manos de la banda) ni la trampa. Es a quién intentaban intimidar. Porque el terrorismo es eso, como se recordó en uno de los discursos: se hace para intimidar, «para crear dolor y miedo», para acallar, para imponerse.

En el caso de Leiza, ETA no se estaba intentando imponer a gente «de fuera». Estaba intentando intimidar a los de casa. A los navarros que se sienten vascos y a la vez españoles, como se han sentido tantos a lo largo de los siglos, porque siempre han sido cosas complementarias. A los que hablan vasco, del de siempre y desde siempre, pero no tragan la imposición totalitaria de ETA ni la agenda excluyente del nacionalismo. A los que defendían la democracia y la libertad en un territorio que ETA había decidido apropiarse. A los que se manifestaron después del atentado, «cuarenta vecinos» dando «por primera vez en Leiza» vivas a la Guardia Civil. Hace veintiún años. Y desde entonces, cada año, en aquella curva.

A esos navarros vascos y españoles los ha querido expulsar ETA desde hace mucho tiempo, porque le rompen el relato. Los ha querido acallar con amenazas, atentados, ostracismo. Los ha querido sepultar en banderitas y gritos, como hoy vive Leiza, para que no se vea que existen, para que se sientan solos y se rindan. Han intentado convertirlos a todos en nacionalistas, en diferentes, en separados. Por miedo o por mimetismo, lo han conseguido con muchos, pero no con todos.

Son vecinos de Leiza los que organizan el homenaje. Son vecinos de Leiza los que acogen a los que nos acercamos a apoyarles. Son vecinos de Leiza los que siguen eligiendo concejales que ni son nacionalistas ni pactan con Bildu (y sí, algunos son carlistas, porque se puede ser carlista y demócrata y además es una tradición con mucha historia). Son vecinos de Leiza los que dedicaron un libro de bertsos al asesinado y se los cantaron a la viuda, hace años; el bertsolari no ha estado este domingo sólo porque ya no puede. Son vecinos de Leiza, en resumen, los que saben y aprecian que Juan Carlos Beiro y tantos otros eran asesinados por protegerles a ellos.

Esos vecinos viven en un entorno tan hostil que la placa que recuerda a Juan Carlos Beiro tiene que ser retirada cada año, al finalizar el homenaje, para que no la destrocen los vándalos. Pero siguen ahí. Resisten, viven, siguen adelante, y organizan este homenaje. Aunque durante la mayor parte del año otras prioridades consigan que nos olvidemos de ellos, y de lo que significa la «convivencia» en territorio comanche.

Uno de esos concejales, Silvestre Zubitur, extendió este domingo una invitación al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, a pasar una semana en su casa de Leiza, viendo las calles (y las banderas y los murales, porque eso ya no son pintadas) y hablando con los vecinos constitucionalistas para saber lo que vivieron esos años y cómo viven ahora (y otra semana en Echarri Aranaz si la necesitaba para entenderlo) antes de aceptar el apoyo de Bildu para formar un gobierno.

Como también se recordó durante el acto, el fin de la violencia etarra no ha significado una derrota en la medida en que su programa de división social sigue adelante, y sus miembros se pasean por las instituciones como cargos electos, pactando el gobierno de España.

Pero sobre todo, no habrá sido derrotada mientras la intimidación y el vandalismo sean considerados normales en tantos municipios de Navarra. La tarea de construir una convivencia real, de forzar el respeto a las opiniones de los demás y a los principios del Estado de Derecho en cada población de Navarra, es una obligación irrenunciable de las instituciones democráticas. Una que tenemos que recordarles entre todos.

Desde Pompaelo y mientras podamos, seguiremos acompañando a los vecinos de Leiza y seguiremos trabajando para conseguirlo.

Si quieren más detalles sobre el acto del domingo, les recomiendo esto de Patxi Mendiburu.

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