No me refiero (aunque también podría hacerlo) a la espléndida película dirigida por Jonathan Demme y magníficamente interpretada por Jodie Foster y Anthony Hopkins. Me refiero a esa actitud silente que algunos tienen ante despropósitos como los que derivan del planteamiento del «diálogo» que dicen que hay que emprender con el nacionalismo para aislar al secesionismo (como si hubiera diferencias entre ambos). Silencio roto, afortunadamente, por significativas voces que ya no pueden callar porque ello implicaría romper con todo por lo que se ha estado luchando en aras del Estado de derecho, la democracia y los derechos humanos.
En repetidas ocasiones he expuesto que existen en nuestro sistema jurídico-constitucional suficientes instrumentos para encauzar posiciones y para buscar marcos de entente. Desde las conferencias bilaterales entre el Gobierno de España y el de la Generalitat de Cataluña (o de cualquier otra Comunidad Autónoma, pues no sólo Cataluña precisa de esos contactos entre los ejecutivos) hasta la Conferencia de Presidentes, las conferencias sectoriales y demás.
Pero no. Se trata de orillar lo vigente, modificando así el marco jurídico de facto, para propulsar otros instrumentos que a nadie representan y que no pueden tomar acuerdos válidos ni jurídicamente vinculantes o eficaces. Volvemos a una «mesa de diálogo», en la que dicen que van a poder tener entrada los golpistas indultados y en la que el constitucionalismo que pueda representar esa opción en la sociedad catalana va a ser el convidado de piedra.
El PSOE está entrando en una deriva de autodestrucción que va a dificultar sobremanera la salida de la crisis, que no es ya sólo la que deriva de la pandemia sino la que parece que se queda estructuralmente anclada en nuestra vida político-institucional y económica. Todas aquellas reglas de la socialdemocracia que tanto contribuyeron al éxito de esa España a la que quieren destrozar, están desapareciendo para ser sustituídas por acuerdos con los que nos mataban, nos estrangulaban social y económicamente y que, ahora, tras haberse resituado en las instituciones, secuestran la política, la memoria y, también, pretenden secuestrar la palabra.
¿Cuánto más va a derivar de ese infame cenáculo que se organizó tras la manifestación por los atentados en Barcelona y Cambrils? ¿Cómo hacer frente a la avalancha de ignominias que de él han derivado? ¿Cómo devolver el rango correcto a la política?
Nos están dejando huérfanos. Sólo vale lo que ellos quieren establecer, en todos los ámbitos. «Desjudicializar» dicen, como si de ellos dependiera… O pretenden que el Poder Judicial se inhiba cuando es activado por quienes tienen legitimación jurídica para ello? «Dialogar» para encontrar soluciones al «conflicto», como si existiera un conflicto en vez de una suma de ilegalidades a la que quieren dotar de carta de naturaleza.
Que Bildu, UP, ERC, Junts para lo que sea y todo el resto lo pretendan va en su ADN. No nos tiene que extrañar. Lo que sí nos tiene que escandalizar es que un partido que tan importante ha sido en nuestra historia democrática les haga el caldo gordo y, además, pretenda que se imponga ese silencio de los corderos al que me refería en la introducción de este escrito.