La ventana navarra

(Artículo originalmente publicado en El Mundo el 28 de junio de 2023)

Navarra se ha levantado estos días con un Gobierno regional en minoría pilotado por los socialistas, protagonizado por los nacionalistas, y apoyado explícitamente por Bildu (lo mismo que cuando se acostó pero disimulando menos). Con 345 concejales de Bildu, el segundo partido en votos a un 4% del primero. Con un centroderecha dividido que apenas suma un escaño más que hace cuatro años. Y pensando ya en unos Sanfermines que volverán a envolver Pamplona en banderas vascas para regalársela a los turistas.

Hace cuatro años Navarra estaba gobernada por una coalición entre nacionalistas vascos y populistas con apoyo de la vieja izquierda. Y el alcalde de Pamplona era de Bildu.

Parece que una de las comunidades más ricas de España vota izquierda a contracorriente. Que los nacionalistas son progresistas. Que los navarros son vascos. Y que a nadie le importa la violencia etarra. No se preocupen: la realidad es mucho más confusa.

La política navarra no tiene un eje (derecha-izquierda) sino dos (el nacionalismo vasco). Pero son simples etiquetas. Para el PSN, todo lo que les deje gobernar es “progresista”; para Podemos lo es todo el que les ponga un asiento a la mesa. Geroa (coalición centrada en el PNV) tolera todo lo que le permita avanzar en su colonización de Navarra; Bildu también, pero si encima le permite acercar presos, ya es “democrático”. Y así todos. Esto es lo que permite que el PSN pacte con populistas y nacionalistas, apoyados en los votos de Bildu. No es una coalición ideológica, sino de conveniencia. Una macedonia en la que todos consiguen parte de lo que quieren: presupuesto, influencia y excluir a los rivales. Por supuesto, también es un choque permanente entre socios con agendas muy diferentes.

Lo que ha hecho posible la macedonia (en Pamplona y en Madrid) es la normalización de los extremos. Como con la famosa “ventana de Overton”, se ha ido volviendo aceptable y normal lo que no nos esperábamos. 

Tomemos el nacionalismo vasco. En Navarra sabe algo de vasco en torno al 15% de la población, y lo habla menos del 7%. Bildu y Geroa defienden que se extienda el trato preferente a la lengua vasca a todo el territorio (valorando o exigiendo su uso en la administración y primándolo en la enseñanza), lo que perjudica al 85% de los navarros. Bildu y Geroa suman el 30% del voto y pactan con partidos que predican que no se discrimine, porque han vendido que es voluntario.

Tomemos el populismo. Ya no da miedo votar a los que dicen barbaridades. No sólo porque no las acaban haciendo, ni porque los partidos de siempre, después de mucho taparse la nariz, pacten con ellos. Sino porque los grandes partidos, especialmente el PSOE, asumen esas posturas y esas consignas. El Gobierno de Sánchez es populismo de Estado.

O tomemos el extremismo (que es diferente). La intolerancia, el hacer la vida incómoda al discrepante, agredirle cuando se presenta la ocasión, glorificar al que puso una bomba a sus compañeros… es una táctica que funciona, y no sólo para evitar candidaturas rivales en decenas de pueblos. Los que hoy votan Bildu no votan violencia, votan autenticidad. Y si encima la autoridad los trata como a “hombres de paz”, pacta con ellos y los defiende (Uxue Barkos y la agresión de Alsasua), sólo queda beatificarlos.

El blanqueamiento de los extremos por parte de los partidos tradicionales (con el fin de poder pactar con ellos) los lleva a comerse al anfitrión. La gente prefiere la opción sin aguar. La CUP en Cataluña y Bildu en el País Vasco son los ejemplos. La única defensa es una carrera hacia el fondo, como la que han emprendido JxCat y ERC o la que ha ganado Sánchez a Podemos. De momento, en Navarra, PSN, Geroa y Podemos bajan, y Bildu sube. Y por cierto: el cisma entre populistas de izquierdas ha llevado a que muchas voces pidan la ocasión de votar a Bildu… en Castilla la Mancha, por ejemplo. Cuidado con lo que normalizamos.

Si el PSN ha sido el que más ha movido la ventana, hay otro protagonista que no ha dejado de intentarlo. Javier Esparza, todavía líder de UPN, primero quiso moverla hacia la derecha creando una coalición con Ciudadanos y PP para sacar a los nacionalistas de Uxue Barkos del Gobierno foral. Barkos cayó, pero la suma no dio votos. UPN siguió sin tocar poder porque el PSN (segunda fuerza) decidió quedárselo pactando con ella.

Cuatro años más tarde, sin perspectiva de crecer, Esparza ha deshecho la coalición. Su teoría era que, sin el PP, sería más “pactable”: el PSOE obligaría al PSN a respaldarle a él en lugar de pactar con los nacionalistas para no perder votos en las generales. No funcionó.

El PSN no vota por afinidad de programa, vota por poder. Los nacionalistas ofrecieron al PSN la presidencia del Gobierno;  Esparza no quiso hacerlo. Con los nacionalistas, el PSN queda en minoría, pero puede apoyarse tanto en UPN como en Bildu para legislar o sacar presupuestos; con Esparza tendrían mayoría pero estarían atados a un socio dominante. Como diría Pablo Iglesias, a Esparza le ha faltado ver ‘Borgen’.

Mientras Bildu (“partido, coalición y movimiento”) coloniza cada expresión de la sociedad civil que puede (desde comparsas a peñas, asociaciones de barrio o entidades feministas) y el PNV (la mano dentro del guante de Geroa) financia la expansión de la identidad vasca en Navarra, el constitucionalismo no tiene hoja de ruta. 

La izquierda no nacionalista se ha disuelto como un azucarillo en la corriente. En los ayuntamientos, aceptan valorar el vasco en las contrataciones públicas y financiar su promoción (discriminando laboralmente a la gran mayoría) a cambio de impulsar medidas sociales de su agenda. Blanquean al nacionalismo y al extremismo… Como consecuencia, en las elecciones siguientes se los come Bildu.  

Vox acaba de entrar en el Parlamento foral, y no tiene ni personas ni programa conocidos, pero recoge el voto protesta de la derecha. Cabe pensar que se consolidarán, por la misma razón. 

El PP navarro ha hecho una campaña caníbal contra UPN para volver a ser relevante. Han pasado de siameses a enemigos, y probablemente seguirán atacando a los regionalistas, sus socios naturales, en un juego de suma cero.

UPN está en el disparadero. Ha salvado los muebles, y los principales ayuntamientos, pero no está más cerca del poder que hace cuatro años y sigue sin saber para qué usarlo. Con un mensaje cada vez más simple e identitario, el mayor partido navarro no atrae nuevos votantes ni gana nuevos aliados. Ha conseguido rodearse de un “cinturón sanitario” a izquierda y derecha, norte y sur. Y no sabe cómo quitárselo.

Ciudadanos casi ha dejado de existir en Navarra. Durante los últimos cuatro años tampoco ha sido fácil distinguirlos: casi tanto como hoy adivinar su futuro.

Y, por último, el PSN está en la trampa que ellos mismos han creado. Jugando a ‘Borgen’ con mucha más habilidad de la que se le reconoce, el PSN de María Chivite ha conseguido volver al poder. Eso significa controlar la mayor parte del presupuesto y determinar las prioridades: por ejemplo, poniendo sordina o retrasando las medidas más agresivas de los nacionalistas, y controlando los excesos populistas. Con ello han conseguido unos resultados mucho más decentes que otros socialistas en el resto de España. El problema es que, al final, las facturas vencen, y que un gobierno construido sobre el reparto no es un gobierno efectivo ni eficiente. La degradación de los servicios públicos navarros, y especialmente la Sanidad, ha sido notoria; la competitividad sigue bajando, y la tendencia se acelera. Navarra está pasando de ser una economía saludable a una en decadencia, poniendo en peligro su nivel de bienestar, y el PSN no tiene un plan ni unos socios para revertirlo. Navarra depende del camino que elijan.

¿Y ahora qué? El desencanto y la preocupación por el futuro son muy fuertes. Como en el plano nacional, hay una sensación de orfandad en la sociedad navarra muy importante, que se expresa más allá de los partidos. Esperemos que se haga escuchar y estos reaccionen.

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