Pedro Navarro y la conquista de Nápoles

(Extracto de «El Conde Pedro Navarro», de Martín de los Heros, próximamente en Ediciones Pompaelo. Tras la decisiva victoria de Ceriñola, en la que Pedro Navarro jugó un papel decisivo, las tropas del Gran Capitán entraron en Nápoles sin mayor resistencia. Lo que pasó a continuación consolido la fama del futuro Conde de Oliveto).

La entrada del Gran Capitan en aquella ciudad en la tarde del 14 de mayo de 1503 fué un verdadero y osten­toso triunfo. En medio con todo de tantos y tan re­petidos aplausos y festejos, su primer cuidado fué apo­derarse cuanto antes de los castillos y fortaleza de la mis­ma capital. Al abandonarla los franceses, habian dejado en ellas numerosas y no mal provistas guarniciones, que entretuviesen la defensa hasta que, reunidos los restos de su derrotado ejercito, volvieran reforzados á socorrerlos, ahuyentando á los españoles; y a la prevision de estos y de su general no se escapaban tales proyectos.

Era el Castel-nuovo ó castillo nuevo, situado á orilla del mar y junto al puerto, el mas importante por su situacion. Con muchas y buenas defensas y quinientos soldados escogidos de guarnicion, aunque en opinion de algunos no estaba suficientemente artillado, contaba con grandes medios de resistencia, y podia ser socorrido por mar. Cabalmente por eso y porque el Gran Capitan deseaba salirse cuanto antes en busca de los franceses, que ya se rehacian, conociendo prácticamente el mérito de Navarro como ingeniero le encargó de aquel sitio, poniendo a sus órdenes la infantería, única gente que con él habia entrado en Nápoles, y la artillería á la de Diego de Vera.

A la ambiciosa intrepidez y pericia de Navarro no se podia presentar ocasion en que lucirlas con mas gloria. Sin titubear declaró que tardaria poco en apoderarse de todos aquellos castillos y fortalezas, y ejecutadas muy lue­go algunas obras plantó contra la de Castelnuovo la arti­llería que en gran parte era de la tomada á los franceses en Cerinola. Aunque no dejaba de causar estrago en el casetillo, como Navarro observase que la torre de San Vicente que cubria uno de sus flancos dañaba considerablemente á los suyos determinó tomarla antes de pasar adelan­te. La empresa era dificil. Estaba la torre situada so­bre un peñasco no muy fuerte a la verdad, pero que se adelantaba al mar precisamente en el punto por donde sus aguas pasaban al foso del castillo. Acometióla sin em­bargo Navarro, y cuando ya en gran parte destrozada, se trataba de asaltarla, tuvieron los capitanes sitiadores por mas acertado tomarla por arte que por fuerza y perdiendo gente; en lo cual siguieron sin duda el consejo de Navarro, que muy confiado en su industria se encargó de ejecutarlo.

Entoldó al intento una barca, cubriéndola con fuertes maderos que á los que fuesen dentro resguardára de los tiros de los franceses puestos en to alto de la torre. Metióse a su tiempo en ella con veinte ballesteros y otros tan­tos escopeteros, y con otros cuarenta bien armados dis­puso que el capitan Martin Gomez, que ya se señaló en Cefalonia, entrase en una barca descubierta. Un dia, cuan­do todo estuvo ordenado, salieron del puerto las dos barcas una hora ántes de anochecer, y con gran disimulo y al remo navegaron en direccion opuesta á la torre. Cambiando de rumbo tan luego como obscureció, acercóse á ella Navarro con su barca y gran silencio, por donde la artillería habia derribado un buen pedazo del muro. A la cabeza de su gente comenzó á salir por allí en tanto que Martin Gomez con la suya y no menor arrojo vencía por el lado opuesto los obstáculos que se le presentaban: y tan buena mano se dieron los dos, pero especialmente Navar­ro, que al llegar Martin Gomez at patio de la torre, ya estaba aquel preparando reparos no solo contra los que desde lo alto de ella les tiraban, sino contra los que desde el Castel-nuovo que dominaba el patio les ofendian á des­cubierto.

La trinchera que al intento hicieron, les puso muy luego en estado de poder ellos tirar á los que para ofen­derles se asomasen á la torre: lo mejor sin embargo fue que como los que la guarnecian, oyeron distintamente el golpeo de los picos y azadones de los que trabajaban en la trinchera, se amedrentaron creyendo que los minaban y que iban á ser volados. Prevenido Navarro de que querian rendirse, convinieron en que si en aquella noche y hasta el medio dia siguiente no los socorrian del Castel-nuovo, entregarian la torre sin otra condicion que la de salvar sus personas; cuyo término pasado sin recibir socorro alguno, salieron los defensores y se retiraron al castillo dejando á Navarro dueño de la torre en el dia 28 de mayo.

Terminada con tanto arrojo esta empresa, siguie Na­varro con mayor fervor la de Castel-nuovo. A la mucha ar­tillería con que ántes la combatia por varias partes, agre­gó las cuatro piezas que acababa de tomar a los franceses, colocándolas en lo alto de la torre. En seguida y para que el combate fuera mas terrible y decisivo, comenzó á ca­var las minas que tanto espanto ponian en sus enemigos, poco diestros todavía, por no ser vieja la invencion, en el arte de las contraminas. Una de ellas parece fué órden expresa del Gran Capitan que se abriera debajo del alma­cen ó Casa de la municion del mismo castillo: lo cual obedecido y concluidas las otras minas, Navarro siguiendo su sistema, las hinchio de muchos barriles de polvora, y junto con eso las hizo cerrar de un fuerte muro y pared espesa.

Cuando ya todo estuvo a punto para el asalto, le señ­aló el Gran Capitan para el 12 de junio. Reunida en aquel dia la infantería española con mucho aparato de escalas y gran ruido de trompetas, se encaminó resuelta al castillo. Sus defensores que lo observaban y no sabian que era un ataque fingido, se adelantaron animosos á rechazarle. Era eso lo que Navarro buscaba. Dada la señal convenida y retirada con gran concierto su gente, se dió fuego á la mina de la Casa de municion, con tal efecto que no solo voló un lienzo del adarve de la ciudadela, sino la misma casa con los reparos dentro dispuestos para su defensa. Entonces el animoso Navarro que aquel momento espiaba, poniéndose á la cabeza de dos compañías de infantería, y presenciándolo desde sus torres y azoteas las damas y caballeros, todos los curiosos en fin de Nápoles, arremetió el primero por el adarve arriba con tanta furia que lanzó de él á los que le defendian. Acometió en seguida á los que estaban en la ciudadela. Resistieronse con grandísimo esfuerzo, pero no pudiendo soportar el de Navarro y los suyos se retiraron con precipitacion al castillo por el puente levadizo de la Puerta Real. Tal fué sin embargo el impetu de Navarro y de la gente que le seguia, que entrando por el puente mezcla­dos con los franceses, rompieron sus cuerdas y cadenas para que no le alzasen, y quedaron con eso dueños de la ciudadela y de cuantos muros y torres se acababan de la­brar para su defensa.

 Los sitiados que en aquel lance no murieron se re­fugiaron como pudieron al castillo: su diligencia sin em­bargo en cerrar las puertas, de nada les aprovechó; porque Navarro y sus soldados los embistieron como lo habian hecho en el puente. Ganaron al instante el rebe­llin, y por otro puente que desde él y la ciudadela daba paso á la torre llamada del Oro, se dirigieron contra esta nuestros atrevidos soldados. Guiabalos como siempre Navarro, que arrimándose á la torre, empleó para acabar con sus valientes defensores la pólvora y otros artificios de fuego, dándose tan buena maña que una parte de los suyos la entró por fuerza de armas, otra por las estancias que servian de escribanía y tesorería, y otra ayudándose de las picas, por una ventana que quedó abierta, y la artillería acabó de arruinar.

Ya no faltaba mas que apoderarse del castillo. Para lograrlo Navarro, tomada que fué la torre, se situó á sus puertas con algunos capitanes y bastante gente. Todos entonces con él y como a porfía con hachas, picas y otros ingenios se esforzaban en romper las puertas en tanto que la guarnicion con piedras, pólvora, cal y aceite hirviendo se defendian vigorosamente. Una hora se comba­tió allí con el mayor denuedo, hasta que los defensores acosados á un tiempo desde la torre del Oro, y sus ven­tanas y escribanía ó sea contaduría, desde las mismas puertas del castillo y de todas partes en fin, con la arti­llería y todo género de ofensas, decayéndoles el animo, hubieron de pedir partido. Estando cerca el Gran Capi­tan, cesó do una y otra parte el combate y se comenzó a tratar de las condiciones de la rendicion; mas mientras que se discutian los españoles que estaban en la torre del Oro y sus estancias, obstinados en abrir las puertas del castillo volvieron á combatirle con la artillería , y algu­nos lograron penetrar en é1 por la Puerta Real. No se estuvieron quietos los defensores, sino que con su póIvo­ra y artificios de fuego abrasaron á mas de cincuenta, cuya mitad casi murió, quedando los otros muy lisiados y estropeados: lo cual visto por los demás españoles se embravecieron de tal modo que entrando con grande ímpetu en el castillo se rindieron los franceses á discrecion. En seguida quitadas las defensas entraron tambien Pedro Navarro, Nuño de Ocampo y otros capitanes con la infantería en ordenada formacion, y saquearon á su salvo el castillo, obtenida para ello la mas completa autorizacion del Gran Capitan. 

En tan famosa jornada qua duró dos horas y en la que no solo toda Nápoles que lo vió, sino los mismos españo­les se admiraron de haber ganado en tan breve espacio una ciudadela y castillo guardados por ochocientos hom­bres; el primer papel despues del General, le representó Pedro Navarro. 

(Imagen: El Gran Capitán en el campo de la batalla de Ceriñola, de Federico Madrazo).

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