Una espada y un rey

Estos días estamos viviendo un intento de crear polémica en torno a la decisión de Felipe VI de no levantarse al paso de la espada de Bolívar en la investidura del nuevo presidente de Colombia. Distintos políticos afiliados a la corriente internacional de izquierda populista llamada “bolivariana” lo presentan como un desprecio injustificado a un símbolo de independencia y soberanía. A riesgo de simplificar demasiado lo que daría para varios libros, permítanme unos matices.

A día de hoy, la propaganda ya no puede tapar la realidad para quien quiere informarse. La realidad de la América prehispana ya no está envuelta en mitos edénicos, sino en datos sobre las barbaridades y el atraso que hicieron posible la conquista. Del mismo modo que la realidad de esa conquista y el gobierno virreinal se conocen como para poder afirmar que fue el primer (y único) caso de respeto de los derechos humanos de los pueblos conquistados, y de asimilación y mezcla racial. Con todas las sombras de una época menos ilustrada (que son bastantes), pero con muchas más luces de las que se les ha querido conceder durante trescientos años. Una realidad con hospitales y universidades, con nativos alcaldes y profesores, con sus nobles integrados en la nobleza de los conquistadores, hasta formar un solo país, y no una colonia. Con un nivel de paz y prosperidad no sólo superior a la mayor parte de Europa en su época (lean a Humboldt, por favor), sino muy superior al que siguió a la independencia.

Hoy sabemos bien que las guerras de independencia no surgieron por una opresión colonial que no existía, sino por el choque entre la autoridad absolutista de los virreyes de Fernando VII por un lado, y los notables criollos y los liberales por otro. Los segundos buscaban más libertad, y su parte de poder, durante el vacío creado por la guerra de Independencia (y luego tras la violenta restauración del absolutismo). La identificación entre tiranía y España deriva de esa lucha contra el absolutismo, aunque acabara significando otras cosas en manos como las de Bolívar. 

Hoy conocemos historias como las de Mina, el muy notable sobrino de Espoz y Mina que tras sobrevivir a la guerra de Independencia contra Napoleón murió entre los primeros defensores de la independencia de México. No contra España, sino contra el absolutismo que la gobernaba. No fue el único.

Hoy sabemos que las poblaciones indígenas de la España americana, en su inmensa mayoría, apoyaron la causa real. Sabemos cómo las trataron los sublevados, y cómo siguieron tratándolas los gobiernos criollos durante siglos tras la victoria secesionista (hasta la extinción en algunos casos). Identificar la independencia con la causa indigenista es de una hipocresía que revuelve el estómago.

Hoy sabemos mucho de Bolívar más allá de sus hagiografías oficiales. Sabemos que no sólo fue un propagandista notable (que abolió la esclavitud, hay que decirlo). Fue un militar despiadado y un caudillo brutal, cualquier cosa menos un ejemplo de libertad. Sabemos que no sólo desarrolló una guerra civil «a muerte», aún más cruenta que las que tuvieron lugar en la Península entre liberales y absolutistas, sino que tras la victoria puso en marcha un auténtico genocidio de la población de origen peninsular, haciendo matar a españoles de toda edad, sexo y condición, y no precisamente con delicadeza, para que los “liberados” no tuvieran a quién volverse cuando la “liberación” fracasara. Sabemos que murió reconociendo que “con España se vivía mejor”.

Sabemos a dónde llevó esa “liberación”. Guerras intestinas, desigualdad, pobreza, endeudamiento, y libertad sólo para algunos. La “suma de felicidades” no aumentó con los nuevos gobiernos, como pretendía Bolívar, sino que se desplomó.

Sabemos lo que los sucesores de Bolívar intentaron tapar durante trescientos años, con una capa de propaganda bolivariana y leyenda negra antiespañola que pervive hasta hoy, y no sólo entre los menos educados. Sabemos que la espada de Bolívar es la espada de un dictador y de un genocida, y no sólo de un “libertador” (que también). Sobre esa espada, como sobre la de cualquier conquistador, se pueden construir Estados, pero no se deberían construir mitos.

No sabemos porqué el rey no se levantó: no lo ha dicho. Pero la historia (la antigua y la que hizo al no levantarse) se entiende mejor sin filtros.

Para más referencias: “El terror bolivariano: Guerra y genocidio contra España durante la independencia de Colombia y Venezuela en el Siglo XIX”, de Pablo Victoria (disponible en Amazon: https://www.amazon.com/dp/8491646760/ref=cm_sw_r_tw_dp_X5Q42QMFPFWBRY24F772).

O un detalle. La «Navidad negra» de Pasto: https://es.wikipedia.org/wiki/Navidad_Negra

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