Tras la desaparición de la mili y la PSS, allá por 2001, todos los políticos y gobiernos han estado dando vueltas a introducir algún tipo de servicio o prestación general y nacional que nunca pasa de idea peregrina, perdida en debates político-ideológicos y el cortoplacismo que nos corroe.
Paralelamente, dos fenómenos han herido de muerte la formidable red de voluntariado, que nunca tuvo estructura ni organización institucionalizadas, pero que dio respuesta impecable y modélica a numerosas catástrofes y necesidades.
La llamada exorbitancia del sector público, que tiende a fagocitar todos los espacios colectivos, asfixiando las iniciativas particulares que, no obstante, siempre terminan demostrando su eficacia real en situaciones como la actual catástrofe valenciana.
El llamado invierno demográfico. El grueso de la población joven entre 1985 y 1995, que ahora se conocen como boomers, que fueron el gran impulso del voluntariado, lleva décadas en retirada, por las obligaciones familiares, cada vez más complejas, y por haber sucumbido al individualismo.
Y en el horizonte, la llamada España vaciada. ¿Quién avisará de una inundación o de la avenida de agua y lodo por pueblos y comarcas abandonadas, habitadas por personas ancianas y sin recursos? ¿Alcaldes y alcaldesas que, por su edad, están haciéndolo todo, también deberán atender fuegos y emergencias? ¿Dependeremos de alertas rojas que nadie atiende porque no entiende?
Aquí, en Navarra, la orgullosa red primaria de emergencias quedó en completa evidencia en las inundaciones de Tafalla de 2019. La histórica catástrofe valenciana deja fuera de combate a todo el sector público, que encima se enreda en disquisiciones partidistas y sectarias. Lo público jamás podrá sustituir a la iniciativa particular del colectivo. Las vecinas y vecinos autoorganizados siempre superarán cualquier respuesta del sector público; para bien o para mal. Tratar de asfixiarla, no sólo resulta absurdo, es temerario y hasta criminal.
Países de nuestro entorno cuentan con una red de voluntariado y movilización civil complementaria a esa red “primaria” profesional y funcionarial de protección civil; personas particulares entrenadas y preparadas para movilizarse por miles en una o dos horas. En unos casos es la prestación general nacional para jóvenes. En otros un incuestionable deber común. Para los más progres, es la auténtica participación democrática en los servicios públicos. Para liberales y conservadores, la fuerza de lo privado que siempre termina sosteniendo las necesidades. En todo caso, no se trata de ideas marcianas; en Pamplona, todos los comercios y porterías tenían palas y sacos de sal para hacer frente de manera colectiva a hielos y nevadas de los largos inviernos. Eran otros tiempos. Tal vez ahora debieran ser sacos terreros y bombas de achique en los barrios y zonas inundables.
La vanidad y el orgullo del personal público y el endiosamiento de sus responsables les ciega y, hace décadas, desprecian el impagable papel del voluntariado. No sólo en protección civil, en asistencia social, en deporte, en cultura, en educación… Hay decenas de ejemplos de éxito, a pesar de lo público, aunque en realidad son públicos porque bien que publican como éxitos. Y tanta gente pobre en las calles tras la dilución de tantas órdenes religiosas, opacadas por el fango de los abusos.
La mediocridad y tumoración paulatina de todos los servicios públicos pondrán cada vez más en evidencia la ausencia del colectivo particular, su valor y necesidad. Ése sería el escenario optimista. Si la política sectaria y cainita, la avaricia del funcionariado y el individualismo terminan ahogando toda iniciativa particular… Ése sería el escenario pesimista. La ciencia, superando algunos mitos del evolucionismo, acredita que la especie humana se distingue del todo resto por el cuidado de sus miembros más débiles, no sólo de las crías. Quizá no desaparezca el ser humano, pero da vértigo imaginar la especie que sobrevivirá si extirpamos la ayuda colectiva de nuestra respuesta refleja.
Ángel Luis Fortún es ex-Secretario y voluntario de DYA Navarra.
Imagen de Mika Baumeister vía Unsplash
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